lunes, 10 de septiembre de 2007

El Fin del Camino

El silencio de la noche se hace presente en la soledad de una carretera. El sonido del motor de un auto espanta la quietud. Éste pasa a gran velocidad haciendo que unos cuervos agiten sus alas en un árbol y vuelen perdiéndose en la claridad que otorga la luna llena. La hora que marca el reloj del tablero electrónico indica la media noche. William bosteza con sonoridad agitando su cabeza con fuerza para olvidar que sus párpados comienzan a rendirse. Repite constantemente una especie de rezo que lo mantiene despierto. –Vamos, arriba. Vos podés. Te falta poco, cincuenta kilómetros más y estás en tu casa. Mientras conduce, evita ver a toda costa las líneas blancas, éstas le adormecen como hipnotizándolo. Se concentra en observar detalles de su vehículo. Abre la guantera y papeles viejos salen disparados regándose en el lugar del copiloto. Se molesta. Observa un casete olvidado cerca del radio. Intenta escucharlo, pero la cinta se atora arruinando el radio y su oportunidad para olvidarse de la pesadez de sus ojos. Maldice su mala suerte, no está acostumbrado a viajar tan noche y solo de pensar que en unas horas tiene que volver le molesta aún más. Por el espejo retrovisor observa el reflejo de un movimiento. Instintivamente responde arreglando el espejo sin quitar la vista de la carretera. Regresa la vista y lo que refleja el cristal le hiela la sangre haciendo que le invada un miedo que jamás pensó sentir. En el espejo observa, sin quitar la vista, un par de ojos rojos. William, parpadea velozmente y se frota los ojos creyendo que alucinaba. Al devolver la vista contempla la silueta completa reflejada por la luz de la luna. Un sujeto de cabello largo y ojos rojos yace en la parte media del asiento trasero. El susto lo hace timonear con violencia deteniendo por completo el vehículo. Con una velocidad sorprendente se voltea colocándose de rodillas en su lugar observando el asiento vacío. Respirando rápidamente sale del vehículo sintiendo aún esa presencia. No quiere entrar. Hace tiempo dejó de creer en fantasmas, pero nunca se imagino que creería de nuevo en ese momento. Su mente se niega a responder. No puede articular ningún pensamiento claro, está confundido, no sabe que hacer, está completamente solo en esa carretera. El único medio de transporte yace frente a él. Sus manos comienzan a templar a medida que se da cuenta que no tiene otro remedio que subirse y marcharse. Toma todo el aire que le cabe en los pulmones y exhala. Con resignación entra al vehículo, se sienta, con ambas manos aprieta el volante con toda su fuerza. Arranca el auto y se marcha velozmente. Mientras conduce, en su mente sigue aquella imagen y siente una mirada horrible en la espalda, hace un esfuerzo inhumano por no caer en la tentación de ver por el retrovisor. Sus ojos se mueven con rapidez y observa el espejo. No lo puede creer, sus ojos se llenan de lágrimas, su corazón parece detenerse. Ahora es más claro. Observa con total terror a un hombre joven, muy bien vestido, con una sonrisa en el rostro. William no sabe que hacer, únicamente, con tono fuerte y la voz quebrada, le grita: -¡¡¿Quién eres?!!- ¡¡Déjame tranquilo!!- El sujeto en la parte de atrás observa que a William se le derraman unas lágrimas. Tranquilamente éste dice: -¿A que le temes? A caso ¿Soy un monstruo? – Sin bajar la velocidad William, un poco menos asustado dice: -No eres un monstruo. Eres un fantasma, eso es lo que me aterra. – ¡¡ ¿YO?!! ¡¡ ¿UN FANTASMA?!!- responde violentamente su acompañante. – Soy más que un simple y ordinario fantasma. William, perturbado olvida por completo su terror cambiándolo por la confusión. - ¿Entonces que eres? Pregunta con cierto temor. –Solo soy una presencia, responde. -No tengo nombre, pero las personas que han logrado verme me llaman el Ángel de la Muerte. William no puede creer lo que escucha. Ahora su miedo aumenta y pregunta, -¿Voy a morir? -¡Exacto! Responde el ángel con airada afirmación. –Eres parte de mi lista, (continúa) y ahora el último del día. William regresa la vista a la carretera. La resignación se lee en sus ojos, su miedo es invadido ahora por la tristeza.
-Debo de morir, expone. –No debo de cuestionar el plan de dios, de el depende que viva o que muera. -¡¡¡¡¡¿Qué has dicho!!!!!? Cuestiona el “ángel”. -¡Dios no tiene nada que ver en estos asuntos! -¿Entonces eres la Muerte? Pregunta sumamente confundido. –No, la muerte es la encargada de guiarte al otro mundo. ¡Yo! Provocaré tu muerte, ese es mi trabajo. Mi labor consiste, ahora, en que todo luzca como un accidente. ¿Estas listo? ¡¡¡¡OBSERVA!!!! Contempla tu fin.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Empiezo a recorrer instantes en los que recuerdo el aroma del bosque cuando me encontraba con la soledad, cuando desnudaba la silueta de su cuerpo. Aún tengo en mi esos vagos y míseros recuerdos, cuando tenía en mi cabeza un solo pensamiento, cuando tenía en mi corazón un solo latido, cuando tenía en mi boca la ilusión de aquel beso perdido. Solo fragmentos existen en mi memoria de su sonrisa. Veo ahora lejana la posibilidad de acercarme como lo hice en aquel tiempo. Veo lejano el sentimiento del que puedo ser poseído al verla de nuevo. Pero lo lejano tiende acercarse y de nuevo la veo y me molesto. Me enfurece sentir, delirar con su boca, soñar que acaricio su cabello. Todo su ser me llama, o ¿Será ella? Tengo en mi boca aquel deseo inevitable de sentir su lengua. Mi nariz desea con locura infame percibir su aroma como cuando me seduce el humo del incienso en mi rostro. Y como siempre, termino perdido, sin encontrar la salida de este laberinto interminable de sensaciones que lentamente corroe mi alma y mi ser. Casiopea, cambia la historia, ven y búscame. Ahí junto al sendero que lleva a la nada, ahí en donde me pierdo, ahí en donde te perderás, ahí en el oscuro rincón de este camino incierto.

jueves, 6 de septiembre de 2007