lunes, 17 de diciembre de 2007

La Cama

El viento sopla por entre los árboles, se escucha un leve susurro a través de las hojas. Lentamente el día perece y el anciano que se encuentra en una banca a la orilla de unas canchas de basquetbol, se dispone a partir. Guarda su pluma y su cuaderno, aquel que siempre le acompaña. Desde que se acuerda siempre anduvo con un cuaderno en la mano, pendiente de los caprichos de su mente, de sus recuerdos, de sus historias. Con su lento andar, pasa frente a la iglesia, una casa y otra. El frío se hace presente, se coloca sus guantes y su gorro.

Vida, ¿Adonde te me fuiste? ¿Con quien te acostaste? ¿Recuerdas que eras mía? Siento que ya no he de seguir transitando por este mundo, que el tiempo se me acaba, lo único que me queda es este cuaderno, la pluma y mis pensamientos. Esos pensamientos que florecen junto con el alba y que sucumben al lamento tardío de la soledad nocturna que me acurruca a la sábana fría e insolente de mi cama. Allí, no encuentro salida a todos esos recuerdos malnacidos que me asedian. Mi alma siente que ya no puede más, ese castigo por ser como fui corroe mis entrañas y me hace cada día más indiferente de todo. Todo me golpea y todo desde que ella se fue. Mi edad aún me permite amar, pero ¿Por qué se me hace tan difícil querer de nuevo? Dios ¿Tiene algo de malo amarle más que a la que mi esposa fue? ¿No soy acaso libre de querer hacer con mi vida lo que se me antoje? Por eso tengo esta vejez tan sufrida, tan solitaria al lado de tanta que gente; de hijos, de nietos y demás familia que conozco y a la vez no. Quisiera tener la fuerza de antes, los pensamientos de antes, los amores, los infinitos amores de antes; los cuerpos de aquellas damas que rozaban en belleza con las flores de los campos y las delicias de la hierba. ¿Dónde ha quedado todo eso?

La cuadra se le termina mientras sus pies y sus pensamientos transitan. Dobla la esquina sin percatarse de que dos jóvenes se encontraban sentados al otro lado de la calle. Uno de ellos, en un estado extraño, reclama al viejo que volteé que está en su territorio. Debido a su edad y al mar de pensamientos donde navega, se le hace casi nulo el sonido. Aquel, en su locura, sigue gritando, llamando la atención de algunos curiosos. El anciano hace lo que una parte de su cabeza ha programado a sus pies: caminar, caminar, caminar. El joven se acerca al viejo y le grita. Es inútil, no escucha. Molesto, le da un fuerte empujón. El viejo observa con lentitud como la calle se aleja de su mirar y siente como su cuerpo es seducido por la gravedad, el parpadeo viene con el golpe, luego su mirada se agrieta y permanece inmutable su vista en cielo crepuscular. Tan fuerte ha sido el golpe que no siente dolor. No puede mover los brazos, ni los pies. Siente como si estuviera acostado en su cama con aquellas extrañas posesiones fantasmales que hacen el amor con el alma en las noches frías. Pero no, se encuentra despierto a punto de perder el conocimiento. Toda su vista se vuelve confusa, no sabe donde es arriba y abajo, no entiende, se acerca un rostro familiar -¿Quién es? Sabe que le ha visto en algún lugar, pero no sabe, no quiere saber, no quiere pensar. Su cabeza reclama atención y el dolor nace y acrecienta, su corazón siente miedo, él también. Todo tiembla, algo se acerca ¿Qué sucede? Sus parpados se cierran, vuelve abrirlos, escucha murmullos distorsionados, pero no distingue voces. No sabe si hay mujeres, no sabe si hay hombres, no sabe si hay niños. -Toda esa gente, ¿De Donde habrán salido? ¿Qué sucede? ¿Mataron a alguien? ¿Quién me toma? ¿Adonde me llevan? Rojo, veo rojo, esa luz, ¿De donde viene? Ya no veo, no me cierren los ojos, todo se nubla. ¿Dónde estoy? ¿Qué es esto? ¿Eres tu muerte? ¿Vienes por mí? - Queda inconsciente.

Los enardecidos vecinos al ver lo que sucedía buscaron al joven agresor y al encontrarlo hicieron justicia con sus manos. Familiares, hombres y mujeres golpeaban al joven hasta que la policía impidió que le mataran. Luego de la paliza, se preguntan que habrá sido del viejo. Familiares buscan desesperadamente el lugar donde los bomberos le dejaron.

Los días, transcurren lentos como en una noche solitaria. Abre los ojos, hubiera querido no hacerlo. La luz de su cuarto le lastima. Observa confuso ¿Dónde estoy? ¿Es esta mi cama? Se cuestiona constantemente, observa sus libros, incluso aquellos que escribió pero no reconoce nada. Le duele la cabeza, no quiere pensar, pero es inevitable. No puede moverse, pareciera que sus manos y pies yacen atados en la cama por correas invisibles. Logra erguirse, camina. Cree ver la puerta de la calle. Libertad, añora pisar esos adoquines viejos con sus pies descalzos como cuando era un niño. Se siente rejuvenecido. -¿Qué hace? Grita una mujer. De regreso para su cama. – Voy para la calle, déjenme, replica el anciano. – No, ese es el baño.

Desde su cama escucha lo que la familia dice – Ya no, creo que ya no se recuperará, vamos a tener que empezar a buscar lugar donde enterrarlo, porque uno nunca sabe. – Ya cállense, replica un hombre, no ven que mi papá los puede oír. Pero él no se muere, fue solo un golpe. Cuando menos sientan ya no va a estar en la casa, ahí van a ver lo que les digo, acuérdense. Todos siguen con sus cosas, unos preocupados, otros no tanto.

En su prisión, el anciano piensa historias, mientras su hijo limpia el pañal, no puede escribirlas, se siente frustrado. Su mente está centrada en escribir, no piensa otra cosa. La comida que le dan se cae de su boca, está en otro lugar, en otro planeta, la tierra ya le es un lugar irreconocible. Estar en cama todo el tiempo le molesta. Quiere gritar, pero no puede hablar. Un par de pastillas dicen que le aliviarán.

–Viera doctor que está bien inquieto, ya no podemos aguantarlo ¿Qué nos recomienda?

- Denle estas pastillas, la parten a la mitad y se la dan, eso le alcanzará para que descanse y duerma un rato y se mantenga relajado.

Siente un efusivo deseo de liberarse y ser solitario como antes. Recuerda al chucho león. A la perra que años atrás murió. Dos pastillas, saben amargo. Nadie sabe si servirán. De inmediato queda inconsciente, no responde. Pasan días y sigue ido. No recuerda nada, otras pastillas. Alguien dice que son malas, que no hacen nada. Intenta ver, no puede, no siente que la luz penetre por sus ojos abiertos y sigue sin poder moverse. -Es una tortura, piensa. Como puedo sobrevivir a esto, no puedo, no quiero. La vida se me ha acabado, no puedo continuar postrado como un vegetal a punto de ser devorado por los bichos, por los gusanos que lentamente subirán por mi cuerpo y seré polvo de nuevo.-

Sus pensamientos son infinitos. Y entre todos ellos existe un pensamiento que se fusiona con el latir de su corazón y su deseo de vivir. Ella, ¿Dónde estará? Le ama con tal intensidad que por ella desea levantarse. A pesar de su edad, aún siente amor. -Nadie puede vivir sin amor, piensa. Son pajas, no conozco a nadie que haya muerto sin amar.

Luego de semanas de encierro y de confusiones, llega por fin el día en el que todos se confiaron de que estaría como un zombi viendo tele. Toma su cuaderno en escondidas, busca su amado lapicero y lentamente abre la puerta, sale y ve el mundo que le había sido negado, si tan solo hubiera salido desde el principio su recuperación hubiera sido más pronta. Lo cierto es que habla con si mismo, parece que las palabras de su pensamiento ya no las oye y entonces se habla así mismo. La gente observa con cierto desdén y temor al viejo que camina pensando lo que escribirá, se detiene en una banqueta, se sienta, escribe, se levanta, camina, se habla de nuevo y así continúa por largo rato hasta que la noche le alcanza. La familia se preocupa, pero no tanto, ya que lo ven transitar dando círculos en las mismas cuadras. Se dan cuenta de que no es ningún tonto y que está actualizando su sentido de orientación.

Su recuperación no es del todo satisfactoria, aún padece de fuertes dolores de cabeza. Camina y se pierde en las calles del pueblo, habla con desconocidos. A veces no diferencia entre su realidad y la realidad y hace lo que sus historias dicen. En un momento de lucidez, recuerda la imagen de un atajo. Transita, y llega a la puerta de una casa, toca y su amada sale. Recuerda haberla sentido en la cama cuando permanecía inconsciente, en ese momento soñaba con abrazarla y tenerla de nuevo. Su mente se llena de vida, su alma y su corazón. Se siente como un niño, se siente feliz.

Recuerda la indiferencia y la insensibilidad de varios de sus parientes, pero no se molesta. Ya que hubieron otros que le sirvieron con tal amor y cariño que sintió la calidez de sus almas y no necesito cobijarse. Una de sus nietas durmió con él y lo recuerda. Recuerda como el fantasma de su esposa le visitaba por las noches sin reprocharle nada, solamente para visitarlo. Todos los amigos y hermanos que se adelantaron en el camino, llegaron transformados en sombras de vez en cuando a charlar en sueños y recordar viejas aventuras.

Lentamente la noche se deja caer con ese manto oscuro y frío. Mientras la luz se le escapa, el viejo que permanece, sentado lee cautelosamente una historia que ha estado cavilando y finalmente escribió. Escucha con cuidado como una joven pareja se jura amor eterno. Se dibuja en su rostro una leve sonrisa, ve su nuevo anillo de bodas. En su mente como fotografías las imágenes pasan una a una, en aquel hermoso día donde juró a su nuevo amor. Ningún familiar asistió, no quiso que llegara nadie, todos culparían al golpe de la nueva locura que haría. Luego de observar detenidamente el anillo, se siente renacido, ve la vida de otra manera después de acariciar a la muerte. Vuelve a su cuaderno y finaliza el relato: “Nunca es tarde para vivir otra vez”