domingo, 27 de abril de 2008

Una hoja manchada de letras

Suspiro consagrado entre el silencio y el fuego, conservo la esencia de la maldita hora partida en seis golpes que asedian a mi cabeza. Convierto el silencio en un fugaz orgasmo. Y el odio se transforma en nada. Y la nada se vuelve un espacio, volviendo a ser algo, intangible, que no se toca, ni se ve, solo se siente. El vacio en el pecho, en el vientre, en el silencio. En la mente, en la pútrida vertiente del origen vitrinal del caos que se asemeja a las palabras inciertas y retorcidas del poeta callejero. De los carros escupiendo humo negro, de la gente muerta transitando a sus infiernos. Del inerte perro que camina de lado a lado, trastumbado su cabeza con los pensares de los humanos. La lluvia de los profetas se deja caer anunciando que el mundo pertenece al ocaso del abismo. Son palabras las que brotan, no puedo detenerlas, me dominan, me seducen. No quiero detenerme, es como estar en los brazos de aquella mujer que me besa y debilita. Las palabras son el origen de los humanos, de los infiernos, de los embusteros, de mí, de vos, de todos nosotros. Amantes inciertos de melodías amorfas, estúpidas, llenas de falacias y de nosotros y nosotros, se repite, recurre, no puedo detenerme no quiero. No lo intento. Acabo, finalizo, un orgasmo concluye escupiendo en el rostro de la hoja, las palabras que mi mente folló.