domingo, 13 de diciembre de 2009

...Espero a que no venga...

Espero por un café. Y siento exasperar el nervio por el alumbramiento de su llegada. Pocos pasos rebotan intermitentes en el eco desolado del café. La música desquicia, el mundo se mueve deprisa; gente viene, va, se queda, paga, se va, se queda, viene, va, viene, va, hola, adiós, viene… Van, se quedan. Y espero, espero a que no llegue, a que no asome. Espero y sin saber contemplo distraído la esencian del café que ya tengo frente a mí. Observo la espuma blanca que se disuelve. La lluvia me espera, el cielo espera para escupir a mi salida desilusionada repleta de destellos imaginarios, de besos que me dio el aire de su imagen, presencia ausente. También, del abrazo majestuoso que cubrió mi frío, la tibieza que me diera su no presencia. Sin embargo, estoy y no estoy. Deambulo la mirada en el vino de la otra mesa, esa mezcla deliciosa y perversa de sangre y uva, alimento que el cerebro solicita de vez en vez. La cerveza que se entibia en la mano de mi vecino. Ahora, éste lugar, ésta mesa, ésta silla, éste silencioso espacio es mi hogar. El refugio de mis arrolladores y furtivos y mezquinos pensamientos que piensan pensar en algo que distraiga al tiempo y deje de torturar mi espera fracasada. El café está más suave que otras veces. Me recuesto en la mesa, subo mis pies, que delicia, siento su cuerpo abrazarme. La mesa se extiende, se torna esponjosa, mi taza de café flota en la densidad del recinto. Nadie observa mi travesura, mi repentino cambio de escena, el surgimiento de la librera y los ciento y pico de libros que esperan ansiosos por ser leídos. Musas que bailan con sus pechos al viento masturbando ideas. Música extraña que se desnuda en el paisaje vertiginoso del café, la gente sigue sin percibir el caos creciente de mi desorbitada espera, de mi paciencia esfumándose en el delirio de una caricia necesaria… El café está más frío… Éste último sorbo me despertó… Frío, el café, es más difícil de saborear… Si... Ya es hora de fumar…