sábado, 4 de diciembre de 2010

Historieta Cotidiana

Juan Carlos, no imaginó lo que sucedería, o tal vez sí. Probablemente tenía anticipados los movimientos que lo dejaron en el suelo escupiendo sangre por la boca, pero la botella; esa no la esperaba.

Aquel jueves decidió, necesitado de unas cervezas, pasar una noche por aquel sector de la universidad; tenía serias inclinaciones de convertir en realidad un conecte que terminaría en una noche de sexo desenfrenado como aquellas que había soñado… cuando lograba recordar qué hacía tirado en el suelo recibiendo los golpes, pensó, cuando sentía dificultades para respirar, la recordó y todo fue en cámara lenta, el sueño, el pensamiento, la sensación incierta de estrujar aquel delicioso cuerpo débil que clamaría más y más antes de despertar de aquella silueta delgada que se contoneaba moviendo sus pechos con el fuerte vaivén de respiraciones entrecortadas, de jadeos inquietos, de caricias… sus manos, mientras estaba acostado en su cama, jugueteaban con su miembro erecto cuando disfrutaba de aquellas delicias imaginarias de su damisela sombra nocturna, sabía que un día la fortuna estaría de su lado y dejaría de soñar con apretar con mordidas inofensivas su pecho; las siluetas coqueteaban en su cuarto… la sangre no dejaba de salir y otro golpe se le incrustaba en el rostro, esta vez sitió algo mucho más fuerte penetrar en su piel cuando escuchó como los huesos de su cara comenzaban a destrozarse por la violencia de los impactos… y la llamada despertó su deseo. La rutina cotidiana y cautelosa le animó a adelantar su viernes de chupaderos e invertir en su inquietud; fue tan falsa y tan real la necesidad del siseo del otro lado de la bocina que retó al instinto que a momentos le advertía permanecer encerrado y masturbarse en su cuarto esperando que la caricias culminaran en un golpe viscoso y deprimente; apretó el teléfono como si se tratara de la mano de ella, Cecilia, Cecilia, Cecilia… es mi novia imbécil, te voy a matar infeliz, te voy a matar, te voy a matar y la sangre no dejaba de brotar a chorros, la botella se movía de arriba abajo hasta que escuchó cómo se quebraba y como los chayes penetraban en sus cara rebanándole las esperanzas de saborear el cuerpo de Cecilia, Cecilia, Cecilia… dónde podrían verse, dónde podrían encontrarse para no tener problemas con el novio, que sabía estaba enfermo de celos, Cecilia tenía un largo recuento de camas visitadas, pero no importaba, el deseo era mucho más fuerte que la razón y de la mano se llevó a la locura cuando comenzaron a bailar en aquel lugar público que se era su guarida privada, su rincón, su guarida, la de los dos, Juan Carlos, Cecilia, Juan Carlos, Cecilia, Juan Carlos, Cecilia, Cecilia, vámonos de aquí, afuera está el vehículo, me espera un cuartito que recién alquilé, decía en su cabeza hasta que una mano le arrebató la mentira de la cara a puñetazos y la pelea comenzó, pero no pudo defenderse Cecilia, encendió un cigarro, él la miraba fumar y el humo se escabullía entre la multitud y los golpes le cegaban la realidad; logró comprender… y la sangre seguía brotando, esta vez la sed de violenta del novio celoso había cesado, pero el líquido sabor a óxido, no… Ella ya no te quiere, quiere estar conmigo, siempre ha estado con cualquiera, tu novia es una puta, no sabes, y yo pagué hoy por tenerla idiota, sos una mierda, vos sos una mierda, dejáte de muladas, salí mierda, no salgo, salí o te saco a vergazos y la botella estaba en el suelo regada en vidrios manchados de sangre, los cuates que le hicieron el conecte huyeron en el carro que supuestamente los llevaría al motel, pero no era esa la intención tampoco, estaban esperando que se cayera de borracho para después uno de ellos aprovecharse de las delicadezas de la Cecilia que estaría hambrienta, pero la molestia acabó con los deseos de todos, de todos; unos seguían bailando, aquellos dos chupaban un helado mientras la sangre de Juan Carlos se mezclaba con los orines de la calle, unos reían, otros se lamentaban, aquellos se fueron, otros vinieron, el gordo novio celoso se fue a buscar a Cecilia que ya no estaba y se quedó de pie en la puerta esperando que su víctima lograra levantarse, la ambulancia llegó más rápido de lo previsto, los bomberos rieron, estaban acostumbrados a escuchar a Juan Carlos decir que había pasado pero hoy, jueves, incierto día fuera de rutina, le tocó a otro narrar lo sucedido; la ambulancia se fue, Juan Carlos no sabía qué día era, ya no sabía que pasaba, pensaba y repensaba que hacía tirado en la camilla del hospital… el auto volvió con tres hombres armados y sin discutir comenzaron a vengar a su amigo y el gordo novio celoso recibió diecisiete impactos y siendo el muerto número dieciocho de aquel día y Juan Carlos estuvo cerca de ser el primero del día siguiente si no es por la oportuna intervención médica que esa noche no encontró limitaciones de hambre o de no querer atender o de no querer trabajar para sanar a Juan Carlos que decidió hacer algo nuevo con su vida cuando por fin, luego de dos meses en el hospital, salió.

Juan Carlos, no imaginó lo que sucedería, o tal vez sí. Probablemente tenía anticipados los movimientos que lo dejaron en el suelo escupiendo sangre por la boca, pero la botella; esa no la esperaba.

Llegó a la casa de Cecilia, ella no lo reconoció; sintió mucho más placer del que imaginaría cuando sus manos por fin rodearon su cuerpo hasta que ella, por fin, dejó de respirar.