miércoles, 17 de octubre de 2007

El Gigante

Sentado en aquel viejo cuarto en donde todas las mañanas me resguardo frente a esa montaña de papeles por trabajar, se mostraba el día con normalidad, de pronto por la ventana entra una leve ventisca acompañada de frío y de un estruendoso grito. De inmediato me asomo mientras en el reproductor de discos suena, desde hace media hora, la misma canción. A media calle, bañado en un charco de sangre, permanece inmóvil el cuerpo de un hombre, que según dice la señora de la esquina, que fue muerto solo segundos antes de que llegara. Afirma que fueron unos mareros ¿Quiénes más podrían ser? Son los únicos que matan por cualquier cosa. Intenté ver, desde la lejanía, los impactos de bala en el sujeto, pero no vi nada y tampoco se había escuchado nada. Parecía como si algo le hubiera pasado encima. Lo único que recordé fue que segundos antes escuche un retumbo. Poco después arribaron los bomberos, la gente, la policía, el M. P. Cordón amarillo, la gente murmura, vendedores, fotógrafos y reporteros preparaban una muy cotidiana noticia. El circo había comenzado y la gente permanecía expectante, perdiendo el tiempo.

Mientras tanto, opté por sentarme. Lentamente la algarabía de la calle se disipó cuando el cuerpo fue trasladado. La canción seguía y seguía. El trabajo lentamente me anestesiaba cuando observo de reojo que algo entra por la ventana. Era enorme, increíble. Al verlo incliné la silla, tanto, que termine en el suelo de espaldas observando lo que parecía ser una uña enorme. No lo podía creer, era un dedo ¡¡UN DEDO!! ¡¡¡¡UN DEDO!!!! Era grandísimo. Sin querer derribó el monitor con la uña y se retiró asustado. Segundos después, escuche una voz que retumbó en todos lados.

-¿Podés cambiar de Canción?-

Inmediatamente me postré sobre la ventana y observé un zapato que parecía tener el tamaño de un auto. Veo al cielo y el rostro del gigante tapaba el sol.

-¡¿PODES CAMBIAR DE CANCIÓN?!-

Dijo casi ordenando…

-Es que ya no quiero matar a nadie. Llevo aquí una hora y esa canción me molesta y me desquité con un hombre que pasaba. Poné otra. No quiero hacerte daño-

Confundido y atemorizado accedí sin decir nada. Sentía su presencia en la calle. Tenía miedo de salir y escapar. Me senté y pretendí seguir con el trabajo para olvidar lo sucedido, pero fue inútil. Mi compañero llegó más tarde. No quise insinuarle nada, estaba petrificado del susto. De nuevo sentí una ráfaga de viento y le pedí que cerrara la ventana, ya que no me acercaría ahí por nada del mundo.

Mi compañero comenzó a reír escandalosamente. Ya molesto le pregunto a que viene tanta risa. Y me responde…

-Mano, mejor trabajá y despertate. Aquí no hay ventanas.-

El aire del ventilador me daba en la espalda. Escuche de nuevo el mismo golpe, pero fue una puerta que se cerró con el viento. Comencé a reír y a ver para todos lados sin creer en mi locura. Al final del día concluí que el mundo no necesita drogas para fantasear. El trabajo es una fuente inagotable de alucinaciones.