sábado, 23 de junio de 2007

Meiga

Es constante, me alimenta. Nunca había sentido estas gotas de esta manera, había sentido la lluvia, pero nunca me alimentó. Aquellas gotas lentamente sacian la sed de mi cuerpo arrancando la resequedad de mi piel. Debo decir que esta lluvia ya tiene semanas, vino con sus grandes y hermosas nubes negras fundiendo la tranquilidad en color gris haciendo que la nostalgia y los recuerdos afloren. Y mientras las gotas caen, recuerdo claramente el origen de este plácido clima. Aún siendo éste sumamente trágico, me consuela saber que ya nada perturba la paz de este hermoso bosque donde permanezco siendo parte, siempre, de la creación. Luego recorro con mi vista el mágico paisaje y la veo a ella, esa que lo inició todo, con su oscuridad, con su belleza y fealdad. Con todos los detalles que le hacen ser lo que es, una bella y monstruosa meiga. Esa tarde, aquella tarde soleada que se mantenía en armonía con el canto sublime de los pájaros hacia los árboles. Esa tarde, llena de movimientos y sucesos extraños, asoma un ser que creí era aquel que no hace mucho había marcado mi vida. Aquel ser, con sus manos llenas de bellos, largos y escalofriantes dedos finalizando con largas y filosas uñas negras. De piel pálida y rostro sumamente hermoso. Parecía levitar, sus pies estaban cubiertos por un largo vestido blanco. Transitó durante varios días por el mismo sendero, tanto que su presencia ya no molestó, ya que no vivo en el pueblo, que no muy lejos de aquí se levanta con sus pequeñas casas, su tonta gente, con sus leyes y estupideces. Ignoro lo que ellos sintieron cuando días después dos hombres que andaban en busca de alimento observaron a tan singular ser que mantenía su religiosa ronda por ese sendero. Rápidamente dieron la alarma, anunciaron que algo andaba en el bosque y que era peligroso y entre tanta algarabía de desorden que a lo lejos se escuchaba, noté la voz quebrantada de un hombre que pedía a gritos que ella se fuera o pagaría las consecuencias. Lentamente, siendo aún media mañana, el sol sucumbió ante la oscuridad de unas espesas nubes, que se movían como si tuviesen voluntad propia. “¡La bruja lo hizo!” Escuché como lo decía un hombre, con tono valiente y torpe. En efecto, tenía toda la razón, tanto que nadie le creyó. Él solo con varios miembros de su familia se acercaron fuertemente armados para deshacerse de aquello que les molestaba. Tres hombres y una mujer fueron masacrados ese día. Ese día descubrí cual es su alimento. Omito detalles, ya que solo el recordar los rostros de esas personas aún con vida, mientras ella hacía con ellos lo que le dio la gana. Como testigo, pensaba, que hubiera podido hacer conmigo, podía hacer lo que quisiera, pero no lo hizo, aún cuando pertenezco a la misma raza, de donde viene su alimento, pero con distinta forma. Desde ese momento temía que me viera, que leyera mis pensamientos y descubriera todo lo que soy y el porqué de esta maldición. Pero no lo hizo y sigue sin hacerlo. Únicamente camina por el bosque como si se tratase de su palacio. Ahora el bosque y todo a su alrededor, incluyendo el pueblo, permanece en paz, en silencio. Ya que días después, se acercaron otros idiotas, y no solo unos, todos. Tomaron la iniciativa al descubrir que sus amigos no regresaron; pensaron en lo peor, pero no en lo macabro. Con palas, hachas, antorchas, cruces, rezos y cuanta cosa pudieran sostener. Intentaron vengar la muerte de sus semejantes. Ni siquiera los inocentes, que permanecían escondidos en los rincones de sus hogares, aún cuando éstos carecían de repudio contra la meiga. Ni si quiera ellos se salvaron, pues fueron para ella insignificantes los sentimientos, pues todos sintieron el filo de esas largas uñas. Llovía y la gente se acercaba. Añorando mis viejas piernas estaba, para no presenciar el acto que seguía a lo inevitable. Cerré mis ojos y mis oídos fueron testigos de todo. Fue peor que haberlo visto, porque al escucharlo, lo sentí. Después hubo silencio, pero el cielo continuó con su llanto, ahí me percaté de su mirada, estaba viéndome, y sus ojos vieron los míos. Luego se dio la vuelta y se fue con su vestido teñido de rojo.
Desde entonces el sol sigue ausente y tanta agua ha comenzado a inundar el bosque. Creo que me ahogaré, pues no puedo moverme. Creo que esta maldición será mi tumba. No fue hace mucho tiempo cuando era libre y conocí a una meiga. Ignoro cuantas existirán, pues eran idénticas, estoy empezando a sospechar que era la misma, tienen un extraño placer en hacer daño, pero estoy consciente que lo hacen cuando se les provoca. Podría continuar y recordar lo que fue el inicio de mi desgracia. Pero no hay más que decir, soy un ser humano, o por lo menos lo fui, y eso basta para ser odiado por todo lo demás.
Parece que se ha marchado, no ha dado las rondas habituales, la lluvia y el nivel del agua descienden poco a poco. El Sol con pálidos rayos anuncia el fin de tanta oscuridad y todo vuelve, supongo, a la normalidad. Aún no sé si regresará, o si me encontraré con la otra. Si, esos monstruos con apariencia femenina y rasgos demoníacos, han marcado mi vida. Ésta que acaba de marcharse, me maldijo con su cruel y brutal odio. Y la otra me marcó para siempre con una raíz.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Los ojos...
allí el mayor de los encantos y las maldiciones.
Espero por más meigas.






Pronto vuelvo...

Anónimo dijo...

Que te puedo decir, como has cambiado. Que manera de escribir.!