viernes, 11 de julio de 2008

Acompañado de Soledad

Ya no ha logrado encontrarse en las latas vacías. Antes lo hizo. Ver en el reflejo del charco de agua recién caída su rostro demacrado por las soledades. Encontrar en ese universo de agua, cristales rotos de su propia mirada, es solamente un instante que solo el invierno puede darle. El fondo del charco es solamente un supiro encontrado de su propia inexistencia. ¿Donde quedaron los recuerdos de su infancia, el olor a café de la taza que en la oficina por él esperaba? Y ahora, se encuentra mendigando una lata. Su costal, se llena de angustias e infiernos, que, con paciencia sublime recoge en las calles infestadas de sombras, de donde algún día fue dueño. Antes era una sombra. Ahora, solamente un suspiro urbano que lentamente corroe el tiempo. Tiene una compañera, la que siempre enturbia sus instantes, la que día a día le reclama por la lata que encuentra. Sin embargo, es su única compañía. Bueno, la que el cree tener. Ya no consigue conversar con mis ojos, con mi mirada. Ahora me ignora, me aleja. Ya extraño su hálito tibio con sabor a vacío y alcohol. Su presencia brindaba en mis pasos seguridad y alimento. Como quisiera dañar a esa mujer que se contonea detrás suyo esperando el momento en que distraiga su afanosa y diaria búsqueda de un triste metal para vender y así dar una efímera paz a ese vicio que le corroe el alma; para robarle, y nublar sus pensamientos con sandeces e injurias. La última que vez que intenté dañar su anciana y tosca figura, se lanzó sobre mi cuerpo y amenzó con arrancar de mí ser el aliento de vida si atentaba nuevamente contra la existencia de su única familia. ¿Y que soy? ¿Un simple acompañante de pasos, de tristezas, de angustias? ¿Acaso soy solo una soledad más? Había encontrado en sus ojos lo que por tanto tiempo busqué. Esa ternura que arrancaron los años, ese cuidado que malgastaron los días, esas palabras que erosionaron los meses, esas caricias que desprendieron los minutos. Ahora, son nada. Y mi fiel compañia oberva, cada día, con furia y hastío.

Es momento de arrancar de mi ser el hambre que destruye mis entrañas. Ya no he de buscar en sus manos mi alimento, ni en las de ella. Ni sus caricias, ningún detalle que florezca en mi memoria recuerdos de que en algún tiempo fui mascota...

Ahora si prestás atención, ahora ya temés, ahora reclamás, ahora entendés... Vos también sos un animal... Si, la mujer corre... Él, no termina de comprender. Acaba de recordar que mis pasos acompañan los suyos. Intenta apaciguar mi furia con trizas de pan mohoso... No... tus huesos, tu carne y tu sangre han de saciarme...

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