jueves, 8 de julio de 2010

noche…

De nuevo me encuentro acorralado entre la silueta y el deseo, entre el pensamiento caótico cuando pienso en el agradable pudor de las puertas sinuosas que se me abren y cierran, que me golpean y deleitan.

Saboreo los instantes, caminando, sonriendo cuando la noche se cuela por mi piel para contarme secretos susurrando alguna que otra historia triste y desafortunada que me cause gracia.

Dame entonces, noche silenciosa, la locura, permite que mis ojos continúen con el derroche de imágenes y la angustia de no saber si lo que palpo y huelo, no es más que una invención más de mi encaprichado cerebro.

Sigue contando el secreto de tu maldición, demuéstrame dónde escondiste mis pesadillas, donde guardas los silencios de aquellas largas velas donde estuvimos juntos deambulando como locos en la oscuridad y me dejaba acariciar de tu mano fría  y me dejaba cubrir por tu manto negro que arropaba mis furtivos y dolorosos sueños.

Noche, ¿te preguntaste alguna vez porque dejé de llamarte, de prestarte atención cuando amanecías en el atardecer?

Ahora, mi oscuridad es tan grande, que mi presencia podría cegar la visión de esa luz negra que escurre de tu piel…

Y mi luz, esa se la dejo al fuego, elemento triste y prisionero, cuando de vez en vez, me dejo quemar por él…

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