domingo, 2 de marzo de 2008
Realidad Irreal
ser un suspiro absurdo del
dictamen de un reloj,
de la rutina,
de un comienzo,
de un fin.
¿A dónde dirijo mis pasos?
¿Las miradas?
¿Los Pensamientos?
La travesía se hace larga
mutilando con lentitud los sentimientos
volviéndome insensible y perceptivo.
Me hace contemplar y
enloquecer poco a poco.
El despertar fue hace mucho,
el abrir los ojos y toparme con la realidad
esa realidad que ciega la mente
que manipula los movimientos
de este cuerpo vuelto
mecánico.
¿Cómo canalizar tanto?
¿Cómo saber que todo lo que me sucede,
Que todo lo que pienso, siento y veo; no es más
que un artilugio preparado en otra cabeza, en un sueño
en otra realidad?
¿Es real la pared?
¿Es real el aire?
¿Es acaso esta realidad
Realmente verdadera
o es tan falsa como todo lo demás?
ya estoy harto de resignar mis palabras
y mis pensamientos
conservando ideas e irrealidades en el abandono.
Ya no soy más un titere de las palabras
ya no soy un asqueroso suspiro
solo soy un falso humano,
inexistente, amorfo, bastardo,
mentiroso, actor de falacias,
un simple escritor, un simple cuento, un simple poema
maquinado por el lapicero estúpido
de un estúpido
de uno más, de otro menos
un ser perdido y de otro encontrado
de uno vivo y otro muerto.
De éstos que tejen letra por letra
las particulas de los sentimientos,
pensamientos ideas y mentiras.
Me he impuesto un autoexilio de la fantasía.
Mi realidad, es una falsedad
es retorcida,
incierta,
verdadera y asquerosa
vivo acariciando los muros
que no me atrevo a derribar.
Y permanezco al borde de la locura
en medio de ambos sitios,
fornicando con el viento,
con pensamientos.
Embarazando hojas
que paren hijos bastardos
vueltos algún poema,
algún maldito cuento.
lunes, 17 de diciembre de 2007
La Cama
El viento sopla por entre los árboles, se escucha un leve susurro a través de las hojas. Lentamente el día perece y el anciano que se encuentra en una banca a la orilla de unas canchas de basquetbol, se dispone a partir. Guarda su pluma y su cuaderno, aquel que siempre le acompaña. Desde que se acuerda siempre anduvo con un cuaderno en la mano, pendiente de los caprichos de su mente, de sus recuerdos, de sus historias. Con su lento andar, pasa frente a la iglesia, una casa y otra. El frío se hace presente, se coloca sus guantes y su gorro.
Vida, ¿Adonde te me fuiste? ¿Con quien te acostaste? ¿Recuerdas que eras mía? Siento que ya no he de seguir transitando por este mundo, que el tiempo se me acaba, lo único que me queda es este cuaderno, la pluma y mis pensamientos. Esos pensamientos que florecen junto con el alba y que sucumben al lamento tardío de la soledad nocturna que me acurruca a la sábana fría e insolente de mi cama. Allí, no encuentro salida a todos esos recuerdos malnacidos que me asedian. Mi alma siente que ya no puede más, ese castigo por ser como fui corroe mis entrañas y me hace cada día más indiferente de todo. Todo me golpea y todo desde que ella se fue. Mi edad aún me permite amar, pero ¿Por qué se me hace tan difícil querer de nuevo? Dios ¿Tiene algo de malo amarle más que a la que mi esposa fue? ¿No soy acaso libre de querer hacer con mi vida lo que se me antoje? Por eso tengo esta vejez tan sufrida, tan solitaria al lado de tanta que gente; de hijos, de nietos y demás familia que conozco y a la vez no. Quisiera tener la fuerza de antes, los pensamientos de antes, los amores, los infinitos amores de antes; los cuerpos de aquellas damas que rozaban en belleza con las flores de los campos y las delicias de la hierba. ¿Dónde ha quedado todo eso?
La cuadra se le termina mientras sus pies y sus pensamientos transitan. Dobla la esquina sin percatarse de que dos jóvenes se encontraban sentados al otro lado de la calle. Uno de ellos, en un estado extraño, reclama al viejo que volteé que está en su territorio. Debido a su edad y al mar de pensamientos donde navega, se le hace casi nulo el sonido. Aquel, en su locura, sigue gritando, llamando la atención de algunos curiosos. El anciano hace lo que una parte de su cabeza ha programado a sus pies: caminar, caminar, caminar. El joven se acerca al viejo y le grita. Es inútil, no escucha. Molesto, le da un fuerte empujón. El viejo observa con lentitud como la calle se aleja de su mirar y siente como su cuerpo es seducido por la gravedad, el parpadeo viene con el golpe, luego su mirada se agrieta y permanece inmutable su vista en cielo crepuscular. Tan fuerte ha sido el golpe que no siente dolor. No puede mover los brazos, ni los pies. Siente como si estuviera acostado en su cama con aquellas extrañas posesiones fantasmales que hacen el amor con el alma en las noches frías. Pero no, se encuentra despierto a punto de perder el conocimiento. Toda su vista se vuelve confusa, no sabe donde es arriba y abajo, no entiende, se acerca un rostro familiar -¿Quién es? Sabe que le ha visto en algún lugar, pero no sabe, no quiere saber, no quiere pensar. Su cabeza reclama atención y el dolor nace y acrecienta, su corazón siente miedo, él también. Todo tiembla, algo se acerca ¿Qué sucede? Sus parpados se cierran, vuelve abrirlos, escucha murmullos distorsionados, pero no distingue voces. No sabe si hay mujeres, no sabe si hay hombres, no sabe si hay niños. -Toda esa gente, ¿De Donde habrán salido? ¿Qué sucede? ¿Mataron a alguien? ¿Quién me toma? ¿Adonde me llevan? Rojo, veo rojo, esa luz, ¿De donde viene? Ya no veo, no me cierren los ojos, todo se nubla. ¿Dónde estoy? ¿Qué es esto? ¿Eres tu muerte? ¿Vienes por mí? - Queda inconsciente.
Los enardecidos vecinos al ver lo que sucedía buscaron al joven agresor y al encontrarlo hicieron justicia con sus manos. Familiares, hombres y mujeres golpeaban al joven hasta que la policía impidió que le mataran. Luego de la paliza, se preguntan que habrá sido del viejo. Familiares buscan desesperadamente el lugar donde los bomberos le dejaron.
Los días, transcurren lentos como en una noche solitaria. Abre los ojos, hubiera querido no hacerlo. La luz de su cuarto le lastima. Observa confuso ¿Dónde estoy? ¿Es esta mi cama? Se cuestiona constantemente, observa sus libros, incluso aquellos que escribió pero no reconoce nada. Le duele la cabeza, no quiere pensar, pero es inevitable. No puede moverse, pareciera que sus manos y pies yacen atados en la cama por correas invisibles. Logra erguirse, camina. Cree ver la puerta de la calle. Libertad, añora pisar esos adoquines viejos con sus pies descalzos como cuando era un niño. Se siente rejuvenecido. -¿Qué hace? Grita una mujer. De regreso para su cama. – Voy para la calle, déjenme, replica el anciano. – No, ese es el baño.
Desde su cama escucha lo que la familia dice – Ya no, creo que ya no se recuperará, vamos a tener que empezar a buscar lugar donde enterrarlo, porque uno nunca sabe. – Ya cállense, replica un hombre, no ven que mi papá los puede oír. Pero él no se muere, fue solo un golpe. Cuando menos sientan ya no va a estar en la casa, ahí van a ver lo que les digo, acuérdense. Todos siguen con sus cosas, unos preocupados, otros no tanto.
En su prisión, el anciano piensa historias, mientras su hijo limpia el pañal, no puede escribirlas, se siente frustrado. Su mente está centrada en escribir, no piensa otra cosa. La comida que le dan se cae de su boca, está en otro lugar, en otro planeta, la tierra ya le es un lugar irreconocible. Estar en cama todo el tiempo le molesta. Quiere gritar, pero no puede hablar. Un par de pastillas dicen que le aliviarán.
–Viera doctor que está bien inquieto, ya no podemos aguantarlo ¿Qué nos recomienda?
- Denle estas pastillas, la parten a la mitad y se la dan, eso le alcanzará para que descanse y duerma un rato y se mantenga relajado.
Siente un efusivo deseo de liberarse y ser solitario como antes. Recuerda al chucho león. A la perra que años atrás murió. Dos pastillas, saben amargo. Nadie sabe si servirán. De inmediato queda inconsciente, no responde. Pasan días y sigue ido. No recuerda nada, otras pastillas. Alguien dice que son malas, que no hacen nada. Intenta ver, no puede, no siente que la luz penetre por sus ojos abiertos y sigue sin poder moverse. -Es una tortura, piensa. Como puedo sobrevivir a esto, no puedo, no quiero. La vida se me ha acabado, no puedo continuar postrado como un vegetal a punto de ser devorado por los bichos, por los gusanos que lentamente subirán por mi cuerpo y seré polvo de nuevo.-
Sus pensamientos son infinitos. Y entre todos ellos existe un pensamiento que se fusiona con el latir de su corazón y su deseo de vivir. Ella, ¿Dónde estará? Le ama con tal intensidad que por ella desea levantarse. A pesar de su edad, aún siente amor. -Nadie puede vivir sin amor, piensa. Son pajas, no conozco a nadie que haya muerto sin amar.
Luego de semanas de encierro y de confusiones, llega por fin el día en el que todos se confiaron de que estaría como un zombi viendo tele. Toma su cuaderno en escondidas, busca su amado lapicero y lentamente abre la puerta, sale y ve el mundo que le había sido negado, si tan solo hubiera salido desde el principio su recuperación hubiera sido más pronta. Lo cierto es que habla con si mismo, parece que las palabras de su pensamiento ya no las oye y entonces se habla así mismo. La gente observa con cierto desdén y temor al viejo que camina pensando lo que escribirá, se detiene en una banqueta, se sienta, escribe, se levanta, camina, se habla de nuevo y así continúa por largo rato hasta que la noche le alcanza. La familia se preocupa, pero no tanto, ya que lo ven transitar dando círculos en las mismas cuadras. Se dan cuenta de que no es ningún tonto y que está actualizando su sentido de orientación.
Su recuperación no es del todo satisfactoria, aún padece de fuertes dolores de cabeza. Camina y se pierde en las calles del pueblo, habla con desconocidos. A veces no diferencia entre su realidad y la realidad y hace lo que sus historias dicen. En un momento de lucidez, recuerda la imagen de un atajo. Transita, y llega a la puerta de una casa, toca y su amada sale. Recuerda haberla sentido en la cama cuando permanecía inconsciente, en ese momento soñaba con abrazarla y tenerla de nuevo. Su mente se llena de vida, su alma y su corazón. Se siente como un niño, se siente feliz.
Recuerda la indiferencia y la insensibilidad de varios de sus parientes, pero no se molesta. Ya que hubieron otros que le sirvieron con tal amor y cariño que sintió la calidez de sus almas y no necesito cobijarse. Una de sus nietas durmió con él y lo recuerda. Recuerda como el fantasma de su esposa le visitaba por las noches sin reprocharle nada, solamente para visitarlo. Todos los amigos y hermanos que se adelantaron en el camino, llegaron transformados en sombras de vez en cuando a charlar en sueños y recordar viejas aventuras.
Lentamente la noche se deja caer con ese manto oscuro y frío. Mientras la luz se le escapa, el viejo que permanece, sentado lee cautelosamente una historia que ha estado cavilando y finalmente escribió. Escucha con cuidado como una joven pareja se jura amor eterno. Se dibuja en su rostro una leve sonrisa, ve su nuevo anillo de bodas. En su mente como fotografías las imágenes pasan una a una, en aquel hermoso día donde juró a su nuevo amor. Ningún familiar asistió, no quiso que llegara nadie, todos culparían al golpe de la nueva locura que haría. Luego de observar detenidamente el anillo, se siente renacido, ve la vida de otra manera después de acariciar a la muerte. Vuelve a su cuaderno y finaliza el relato: “Nunca es tarde para vivir otra vez”
lunes, 26 de noviembre de 2007
Sombra de Feria
Resuena en el aire la fuerte explosión de la bomba que anuncia el paso de la procesión que atravesará la feria tradicional del lugar. Año con año, miles de personas se dan cita para gastar sus centavos y disfrutar de las delicias del exceso del alcohol, el elixir de sus ansias por desconectarse de la realidad.
Acompañado de su familia, Don Ernesto transita orgulloso llevando de la mano a su esposa y a sus hijos que, desde hacía buen tiempo, querían disfrutar de los juegos de feria, algodones de azúcar, dulces de miel, gritos, sonrisas y efímeras alegrías. Se sentaron en un pequeño negocio de helados. Don Ernesto sintió la necesidad de ir al baño a evacuar las cervezas que hace un rato había disfrutado. Pide disculpas y se retira. Después de unos minutos, ya con su cuerpo más liviano, regresaba tranquilo cuando observa a un niño en medio del camino. La gente transita sin prestarle atención, unos si lo hacen pero le empujan para que se mueva. A pesar del incesante ir y venir de las personas el niño permanece inmóvil, como una estatua. Don Ernesto piensa que tal vez se hallé perdido. Camina hacia él observando de lado a lado queriendo encontrarse con la mirada que busqué al niño, ya que por la estatura del niño calcula que tendría no más de cinco años. Su camisa rota a duras penas blanca, sus pies descalzos, negros y llenos de tierra, le dieron la indicación de que era de familia pobre. Inmediatamente pensó en darle unas monedas para algún juego o un helado. Por fin llega y le toca con el dedo para que volteara… Nada, no responde. Lo mueve con suavidad con su mano… Nada, no se mueve. ¿Estará llorando? Pensó. Se coloca frente a él y su asombro al verle el rostro fue tal que se tomó el rostro con ambas manos, no cree lo que sus ojos ven, un niño tan pequeño, no lo puede creer, se coloca de espaladas hacía él, miles de pensamientos rebosan en su cabeza, siente un vacío en su cuerpo, siente como su corazón se comprime, las lágrimas quedan ofuscadas, se traga su impresión. Trata de marcharse. Sus pies están pegados al suelo, algo no le deja marcharse, escucha en su interior una voz que resuena. Lentamente da media vuelta y observa con dolor como el niño inhala de una bolsa algún tipo de sustancia que le droga. La bolsa se retrae por completo por la fuerza con la que inhala, por entre sus labios rajados se escurre el líquido que le quema. Don Ernesto no sabe que hacer, observa de un lado a otro pidiendo ayuda con los ojos. Todos evitan su mirada, la gente sabe lo que él ve, pero le ignoran. Todos miran al niño y rápidamente desvían su vista hacía algo más lindo y menos triste. Se siente en otra dimensión donde solo se encuentran ellos dos, donde solo él es capaz de verlo o por lo menos de sentirlo. No sabe que hacer, ni que decir. Solo siente como la impotencia le invade al ver como los ojos del niño se pierden de la realidad tornándose blancos. Con sumo cuidado se arrodilla y le quita de la boca la bolsa más no puede arrancarla de esas pequeñas manos-
-Mijo, ya no hagás eso. Te vas a morir- Fue lo único que pudo salir de su boca.
El niño regresa la mirada y con una tristeza indescriptible le dice:
-Si, eso es lo que hago. Quiero morirme, no se porque nací-
Don Ernesto se pone de pie y las lágrimas brotan instintivamente de sus ojos.
Tiene deseos de llevárselo, tomarlo como su hijo para que abandone ese mundo, pero no puede, busca en el mar de personas a su familia, se siente inseguro, no sabe como responder a algo así. El niño camina lentamente tambaleándose por entre la multitud. Don Ernesto quiere detenerlo, pero no puede, quiere ayudarle, pero lo detiene una responsabilidad más, una tan enorme. Tiene a sus hijos, piensa en ellos, intenta regresar y vuelve la vista, ya casi no ve al niño y éste termina perdiéndose. Le da la espalda e intenta ignorar lo sucedido, su corazón late con suma lentitud, siente que le falta el aire. Todo iba también, porque tuvo que ser asediado y puesto a prueba de esta forma, ¿Por qué el mundo es así? ¿Por qué todo tiene que ser sufrimiento? No puede sacar la imagen en su mente, por un momento olvida lo que iba a hacer, sus ojos se encuentran llenos de lágrimas que se niegan a caer. Ubica a su familia y regresa con ellos. Su helado se halla derretido, ha `perdido el apetito, escucha que su esposa dice algo pero no presta atención, ya no quiere saber nada, solo quiere regresar a su casa, recostarse en la cama y concentrarse en olvidar lo sucedido. Más tarde regresan a su casa luego de una noche llena de sorpresas y una inesperada tristeza. Ya en su cama, Don Ernesto es incapaz de conciliar el sueño. No puede olvidar esa mirada. Su consciencia le habla, le grita y no escucha, no quiere saber, no quiere recordar, no quiere pensar, no quiere sentir, solo quiere dormir y olvidar.
Al pasar el tiempo le olvida con éxito y su vida sigue tranquila, como antes lo estaba anterior a aquel acontecimiento. Un año después la feria llega de nuevo. No recuerda nada. Camina de nuevo con su familia y su orgullo hasta que observa, ahora, detrás de unos baños a un grupo de niños de aspecto pobre, rápidamente los relaciona con el niño que hace un año se drogaba. Su mirada se pierde, no quiere estar ahí, cada cosa que observa le molesta, escucha la voz de su conciencia por todos lados, en la música, en las risas. Don Ernesto no quiere ver a los niños, quiere olvidar ese día, borrarlo de su memoria. Enfoca su vista hacia otra cosa y recuerda la penetrante mirada de aquella pesadilla. No sabe que hacer, está confundido. Su consciencia ataca de nuevo indicándole que puede hacer algo, lo que sea, pero no escucha, sigue caminando. Durante toda la noche recuerda esa mirada que le asedia el pensamiento y el alma, esa mirada perdida en el mundo alucinógeno que la droga creó, las palabras y su indiferencia. No puede olvidar y no quiere hace nada. Quisiera que eso nunca hubiera sucedido, no quiere tener ese sentimiento. Piensa y se dice: “No dejaré que mis hijos caigan en ese mundo”. Pero sabe que no es suficiente. Si consciencia no deja de martillar en su alma y en su mente aquella imagen para que haga algo, lo que sea. Pasa el tiempo y no hace nada, no quiere involucrarse, quiere que no le importe y volverse frio, insensible.
Pasan cinco años y aquella sombra de feria ha quedado por fin en el olvido gracias a que por fin logra, después de tanto luchar, volverse insensible, indiferente, está feliz porque ahora su corazón ya no siente y aquel niño es solo un mal recuerdo, de seguro que ya estará muerto, (piensa). Es solo un mal recuerdo que es capaz de ignorar. Su vida sigue con normalidad y el país, su hogar, su gente, su pueblo también, sigue siendo todo como es: con niños en la calle, con muertos en cada esquina, con lágrimas y gritos amargos, observando e ignorando en cada oscuro rincón el mal.
Y luego de lo sucedido todo sigue igual, perfectamente normal, tristemente igual.
viernes, 9 de noviembre de 2007
Otra Noche
Me entrego a ti,
Oscuridad delirante,
Espasmo radiante.
Sacio mi quietud,
Deshago mis besos
Contemplo el mar
Acaricio tu pecho,
Me roza la oscuridad.
Vago incierto
Efímera soledad,
Vivo en una canción
La noche pronto terminará
Adormezco al instinto,
Arruino la creación
Del dios incierto
Mato la inspiración
Escribo un cuento,
Rayos de color,
Ojos salvajes,
Me ataca la razón
Culmino mi viaje
La noche terminó
El día empieza
Un delirio real
Una mentira más
El suspiro de la oscuridad
Sombras en la luz
Siguen al sol
Esperando verlo morir
Y luego regrese
La reina de la oscuridad
Con su vestido celeste
Manto de maldad
Y el delirio vuelve…
Me entrego a ti
Espasmo radiante
Oscuridad delirante
Suspiro excitación
Vaga fortuna
Vuelve tu amor
Más falso que nunca
Índigo negro
Sombras de color
Toman mis manos
Aprietan mi pecho
Destruyen mis sueños
Veo oscuro
Veo radiante
Oscuridad delirante
La Noche terminará
La cama tiembla
El mal no vencerá
El diablo no existe
Mis demonios crecerán
Seré el infierno
El sufrimiento del espejo
El sol ya viene
Ya se anuncia
Y con su luz mi cordura
Ojos salvajes
Me ataca la razón
Culmino de nuevo mi viaje
Otra noche terminó.
miércoles, 17 de octubre de 2007
El Gigante
Sentado en aquel viejo cuarto en donde todas las mañanas me resguardo frente a esa montaña de papeles por trabajar, se mostraba el día con normalidad, de pronto por la ventana entra una leve ventisca acompañada de frío y de un estruendoso grito. De inmediato me asomo mientras en el reproductor de discos suena, desde hace media hora, la misma canción. A media calle, bañado en un charco de sangre, permanece inmóvil el cuerpo de un hombre, que según dice la señora de la esquina, que fue muerto solo segundos antes de que llegara. Afirma que fueron unos mareros ¿Quiénes más podrían ser? Son los únicos que matan por cualquier cosa. Intenté ver, desde la lejanía, los impactos de bala en el sujeto, pero no vi nada y tampoco se había escuchado nada. Parecía como si algo le hubiera pasado encima. Lo único que recordé fue que segundos antes escuche un retumbo. Poco después arribaron los bomberos, la gente, la policía, el M. P. Cordón amarillo, la gente murmura, vendedores, fotógrafos y reporteros preparaban una muy cotidiana noticia. El circo había comenzado y la gente permanecía expectante, perdiendo el tiempo.
Mientras tanto, opté por sentarme. Lentamente la algarabía de la calle se disipó cuando el cuerpo fue trasladado. La canción seguía y seguía. El trabajo lentamente me anestesiaba cuando observo de reojo que algo entra por la ventana. Era enorme, increíble. Al verlo incliné la silla, tanto, que termine en el suelo de espaldas observando lo que parecía ser una uña enorme. No lo podía creer, era un dedo ¡¡UN DEDO!! ¡¡¡¡UN DEDO!!!! Era grandísimo. Sin querer derribó el monitor con la uña y se retiró asustado. Segundos después, escuche una voz que retumbó en todos lados.
-¿Podés cambiar de Canción?-
Inmediatamente me postré sobre la ventana y observé un zapato que parecía tener el tamaño de un auto. Veo al cielo y el rostro del gigante tapaba el sol.
-¡¿PODES CAMBIAR DE CANCIÓN?!-
Dijo casi ordenando…
-Es que ya no quiero matar a nadie. Llevo aquí una hora y esa canción me molesta y me desquité con un hombre que pasaba. Poné otra. No quiero hacerte daño-
Confundido y atemorizado accedí sin decir nada. Sentía su presencia en la calle. Tenía miedo de salir y escapar. Me senté y pretendí seguir con el trabajo para olvidar lo sucedido, pero fue inútil. Mi compañero llegó más tarde. No quise insinuarle nada, estaba petrificado del susto. De nuevo sentí una ráfaga de viento y le pedí que cerrara la ventana, ya que no me acercaría ahí por nada del mundo.
Mi compañero comenzó a reír escandalosamente. Ya molesto le pregunto a que viene tanta risa. Y me responde…
-Mano, mejor trabajá y despertate. Aquí no hay ventanas.-
El aire del ventilador me daba en la espalda. Escuche de nuevo el mismo golpe, pero fue una puerta que se cerró con el viento. Comencé a reír y a ver para todos lados sin creer en mi locura. Al final del día concluí que el mundo no necesita drogas para fantasear. El trabajo es una fuente inagotable de alucinaciones.
lunes, 10 de septiembre de 2007
El Fin del Camino
-Debo de morir, expone. –No debo de cuestionar el plan de dios, de el depende que viva o que muera. -¡¡¡¡¡¿Qué has dicho!!!!!? Cuestiona el “ángel”. -¡Dios no tiene nada que ver en estos asuntos! -¿Entonces eres la Muerte? Pregunta sumamente confundido. –No, la muerte es la encargada de guiarte al otro mundo. ¡Yo! Provocaré tu muerte, ese es mi trabajo. Mi labor consiste, ahora, en que todo luzca como un accidente. ¿Estas listo? ¡¡¡¡OBSERVA!!!! Contempla tu fin.